jueves, 27 de agosto de 2009

Por qué este blog

La Presidenta de la Nación presentó hoy ante el Congreso el proyecto para la nueva Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. De ser aprobada, esta ley limitará los actuales oligopolios mediáticos, estableciendo un tercio de los espacios para el sector público, otro tercio para el privado y otro para organizaciones civiles como ONGs, universidades, iglesias, sindicatos, pueblos originarios, etc.

Es de vital importancia que esta ley sea aprobada por el Parlamento. Demasiado tiempo ha regido el actual decreto-ley de la Dictadura del '76. Demasiado, pero el suficiente para lograr implantar en nuestra sociedad un pensamiento monótono, cerrado a los Otros, reaccionario, intolerante y egoísta. Ideología muy acorde al neoliberalismo implantando en los años '70 y que durante los '90 vació al país y aumentó la inequidad social. El actual sistema de medios, manejado por unas pocas empresas privadas, oculta hoy sus intereses económicos y políticos tras los rótulos de "objetividad", "prensa libre", "periodismo independiente". Mientras tanto, pacientemente, fomentan en la población el miedo, la desconfianza hasta de la propia sombra, la criminalización del pobre, el "no te metás", la afectación moral de quienes creen tener la conciencia limpia por el mero hecho de pagar sus impuestos. El resultado, en términos culturales, ha sido nefasto: poco a poco nos despojan de la memoria, la solidaridad y el espíritu crítico. Un buen consumidor no recuerda: sólo proyecta sus sueños en el futuro. Un buen vecino no se preocupa por los demás, sino por su ciudad, mejor dicho, por su manzana, mejor dicho, por su casa, mejor dicho, por sus hijos ("nuestros hijos"). Un buen consumidor no reflexiona sobre lo que acaba de ver, escuchar o leer, comparándolo con otras versiones acerca de lo mismo o con su propia experiencia; simplemente se indigna y asiente.

Señores, a abrir los ojos: los medios masivos de comunicación juegan en estos tiempos un rol importantísimo y mucho mayor de lo que sospechamos en nuestro trato cotidiano con ellos. Es a través de los medios -la televisión, la radio, internet, los diarios, las revistas- que accedemos a los datos que aceptamos llamar "realidad". Los "hechos", la información "objetiva", son ficciones muy cómodas para desentenderse de lo que debería ser obvio: que todo narrar es una toma de posición. Todo ángulo de la cámara expresa un punto de vista. Toda toma selecciona qué mostrar y qué dejar afuera. Y estas decisiones no son azarosas, expresan una postura, una ideología, una tendencia.

Nuestros actos y nuestras decisiones se apoyan en nuestra manera de pensar y de interpretar el mundo y la sociedad que nos rodea. Aquel que piense que los pobres son unos cómodos que viven del Estado obrará de manera diferente que aquel que piense que los pobres son un sector relegado y marginado que necesita políticas de inserción. Quien piense que la mayor meta de nuestra vida es la realización personal sin molestar a nadie, actuará de distinto modo que aquel que piense que la meta de nuestra vida es ayudar a los demás, o de aquel que piense que la vida no tiene una meta. Nuestra visión del mundo determina a qué le tememos, a quién amamos y a quién odiamos, a qué cosas le damos mayor importancia, en qué zona nos gustaría vivir, con qué personas deseamos o no relacionarnos, qué valoramos, a quién relegamos, a quién votamos.

Ahora bien, si nuestras acciones están motivadas por nuestro pensamiento, ¿qué motiva al pensamiento mismo? ¿Qué o quién nos suministra el material para elaborar nuestras representaciones sobre el mundo? La respuesta debería ser obvia: los medios de comunicación. Un sólo ejemplo: charlamos con un amigo sobre la inseguridad. ¿De dónde extrajimos los datos que aparecen en la charla? ¿Acaso fuimos testigos presenciales de todos ellos? Búsquese bien, y se verá muy pronto que tarde o temprano desembocamos en "lo vi en la tele", "lo leí en el diario", como la piedra de toque de la información, el aparente punto último más allá del cual se encontraría la Realidad Verdadera.

Así, quien controle en mayor grado la distribución de la información, aquel tendrá un mayor poder sobre las representaciones del mundo con las cuales la gente se maneja. Por lo tanto, también tendrá indirectamente poder sobre su manera de actuar y de reaccionar. ¿Qué es mejor, entonces? ¿Que unos pocos dominen el flujo de las palabras y las imágenes, dictándonos a qué temerle, a quién odiar y a quién amar, qué es lo que debemos aspirar a ser... o que el campo comunicacional se abra a una mayor pluralidad de voces e intereses? Quizás algunos piensen que limitar los actuales oligopolios al 33% del espacio es "un atentado contra la libertad de expresión". A ellos les respondo: ¿cuántos de quienes no somos poderosos empresarios tenemos hoy acceso a los medios? ¿Cuánta es nuestra capacidad para elegir los temas prioritarios de debate? ¿Qué poder de elección tenemos sobre los contenidos que deseamos ver, que no sea la falsa libertad de la encuesta en internet o del "mandá el sms con tu voto"? Lo que este proyecto de Ley limita no es la libertad de expresión de los grandes grupos hoy existentes (libertad que, por otra parte, nunca tuvieron más plenamente; nunca leí ni escuché decir en los medios palabras tan desafiantes y agresivas contra un gobierno como las que se dicen hoy en día, sin que nadie los censure) - decíamos, lo que este proyecto limita no es la libertad de expresión de esos grupos; lo que limita es su libertad de expansión. ¡Horror! Dirán algunos. ¿Acaso eso no es una feroz intervención del Estado allí donde no debe? ¿No es eso un atentado a la democracia? Mi respuesta y la de muchos otros es: No. El verdadero atropello a la democracia es este decreto-ley militar que no pone coto al desenfrenado canibalismo empresarial, en el cual el pez grande se come a todos los otros peces justificándose en la "competitividad". El verdadero atropello a la democracia es la exclusión de los sectores más relegados del país del ámbito hasta ahora privilegiado del set de televisión, el estudio radial, la tapa del diario: pobres, indígenas, gays, lesbianas, travestis, transexuales, personas de la tercera edad, los millones de jóvenes y adolescentes que no son Barbie o Ken o Patito Feo, las personas con capacidades diferentes, y tantos otros. El actual sistema ¿les brinda a ellos la tan afamada libertad de expresión? ¿O más bien los confina a la sección Policiales, al flash bizarro de último momento en Crónica, al recuadrito miserable de la contraportada o al chiste de mal gusto basado en el prejuicio? Por otra parte, ¿cómo, de qué manera, podría una mayor cantidad de voces diferentes coartar la libertad de expresión? Lo que los grandes multimedios temen no es que se reprima la libertad de expresión de todos nosotros; lo que temen es que se coarte su propia libertad para acaparar el espacio de las comunicaciones, espacio que no debe ser sólo privado, sino también público, gubernamental y no gubernamental, en una palabra: plenamente societal. No exclusivamente mercantil.

Una vez, navegando por la versión online del diario La Nación, descubrí que algunas publicidades están "disfrazadas" de noticias. Lo que parecía ser por su tipografía y tamaño de letra un titular era sólo un pop-up, una trampa. ¿No es eso, acaso, jugar con la percepción del lector, engañarlo, otorgándole a la propaganda el mismo valor visual que la noticia? A muchos podrá parecerles algo menor, y es natural: estamos acostumbrados a pensar que comerciar, publicitar, promocionar y vender por medio de cualquier recurso es un derecho sacrosanto superior a otros derechos y que justifica toda estrategia. Pero no lo es.

El actual sistema de medios, habilitado por el decreto-ley vigente, finge solidaridad con el consumidor de novedades mientras hace negocio con sus miedos; lo invita a dar su opinión y a participar, siempre que por participación se entienda dejar su comentario en una página web, que de paso estará saturada de anuncios. Se proclama amigo del pensamiento, pero no brinda al espectador la información necesaria para sacar sus propias conclusiones. No deja pensar lo que se dice ni decir lo que se piensa. Para revertir esto es que debemos apoyar la nueva ley.

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